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25 años del BCE: muchos aciertos, algunos errores y grandes retos

La clave de bóveda de la zona euro cumple un cuarto de siglo

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Julio 2023 / 115
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Fachada Banco central europeo

Fotografía
Sanziana Perju/ECB

Desde su puesta en marcha hace 25 años, el Banco Central Europeo (BCE) se convirtió en la clave de bóveda de la Unión Económica y Monetaria (UEM) y, por tanto, de la zona euro. En el diseño original de Pierre Werner a finales de la década de 1960 la Unión Económica tenía un papel protagonista, y su profundización daría paso a la Unión Monetaria y, en consecuencia, al BCE. Pero el Tratado de Maastricht cambió en 1982 el orden de los factores. El BCE sería una institución federal, cuya independencia respecto de los gobiernos estaría garantizada para velar por la estabilidad de precios como principal mandato. A su vez, la política fiscal y el resto de las políticas económicas se mantendrían en la UEM bajo las competencias de los Estados miembros, aunque coordinadas a escala europea. Años después, cuando se acercaba la introducción del euro, se puso en marcha el Pacto de Estabilidad y Crecimiento para asegurar la eficacia de la coordinación de las políticas fiscales nacionales, y en particular la vigilancia sobre el déficit y la deuda pública. 

Objetivo esencial

Desde entonces, la actuación del BCE ha respondido básicamente a las expectativas que albergaron sus padres fundadores, que no eran otros que los ministros de finanzas y los bancos centrales de los países de la eurozona, bajo fuerte inspiración de la ortodoxia —el llamado ordoliberalismo— que caracterizaba al Bundesbank. Hasta después de la crisis financiera, el BCE logró sin grandes dificultades cumplir con el objetivo esencial de su mandato: el logro de la estabilidad de precios, definida como una tasa de inflación “inferior pero cercana al 2%”. Su reputación pronto alcanzó niveles muy estimables. Desde 2003 hasta el final de su presidencia del BCE en 2011, Jean-Claude Trichet demostró una gran autoridad y liderazgo dentro y fuera de la UEM. Pero su rigidez al interpretar el mandato recibido del Tratado le llevó a cometer un par de errores con subidas de tipos inadecuadas y a exagerar su exigencia de políticas fiscales rigurosas en sintonía con las autoridades alemanas, aun a costa de alentar la recesión. 

La llegada de Mario Draghi permitió al BCE corregir esos errores y romper algunos tabúes, llevando a cabo una política monetaria menos ortodoxa y más expansiva sin poner en riesgo la estabilidad de precios. Más bien al contrario, la inflación cayó por debajo del 2% y se observaron riesgos deflacionistas. Si hubo un error en ese periodo fue que el compromiso con la estabilidad de precios no fue interpretado de modo simétrico. El Banco acabó siendo consciente de ello, y con Christine Lagarde como presidenta a partir de 2019, se produjo una revisión de la estrategia del BCE para evitar, en la medida de lo posible, una política monetaria con actitudes conciliadoras hacia los riesgos de deflación.

Inflación al alza

Recién aprobada esa estrategia, y por causas ajenas a la política monetaria, la economía volvió a sufrir tensiones inflacionistas, que habían quedado atrás desde que los países que aspiraban a integrarse en la moneda única hicieron esfuerzos para cumplir con los llamados “criterios de convergencia”. El origen de esas tensiones vino por el lado de la oferta. Los precios del petróleo, de sus derivados y de otros productos como el gas natural, comenzaron a registrar fuertes subidas como consecuencia de la manipulación de los mercados por parte de Rusia. La invasión de Ucrania exacerbó esas subidas y las de muchos productos alimenticios. Las expectativas de inflación se movieron al alza, igual que los costes en muchos sectores de la actividad económica. Los índices de precios reflejaron esas subidas, los márgenes empresariales reaccionaron para compensar sus efectos y, aunque con retraso, también los salarios empezaron a moverse para minimizar las pérdidas de poder adquisitivo.

Los bancos centrales, y entre ellos el BCE, interpretaron inicialmente que las tensiones inflacionistas serían temporales. Pero pronto cambiaron sus análisis. El BCE, con un cierto desfase respecto de la Reserva Federal, comenzó un ciclo de subidas de tipos de interés para luchar contra una inflación que no respondía únicamente a la presión de la oferta, sino que se alimentaba también del aumento de los márgenes empresariales y la elevación de las expectativas, con el riesgo de alimentar una espiral precios-salarios. Junto con las subidas de tipos, el Banco ha dejado de comprar deuda en los mercados secundarios y ha comenzado a reducir gradualmente el tamaño de su balance.

Daños sociales y desafección política

La política monetaria se enfrenta ahora a un reto distinto de los que ha afrontado hasta ahora el BCE. La inflación está situada a mediados de 2023 varios puntos por encima del objetivo de inflación que ha de cumplir conforme a su mandato principal. ¿Hasta qué punto su cumplimiento puede ser compatible con otros objetivos de la política económica —que el Banco no puede ignorar— como el crecimiento, la estabilidad financiera o la cohesión social? La experiencia adquirida en este tiempo, y en particular durante la crisis financiera de la década pasada, debiera llevarle a tomar decisiones basadas en una interpretación más cuidadosa acerca de cuál sea la política monetaria adecuada. Desde 2014, el BCE es también responsable de la supervisión del sistema financiero de la eurozona, lo cual le obliga a intentar compatibilizar ambos objetivos. 

Por otra parte, los estragos causados por los excesos de las políticas de austeridad —en el caso de Grecia muy especialmente — no pueden ser ignorados. El crecimiento económico no puede volver a ser la víctima de ajustes monetarios y fiscales que, más allá de ciertos límites, sabemos que empeoran los problemas que tratan de solucionar, además de causar graves daños sociales y desafección política. Esa es la difícil tarea que tiene por delante el BCE. En los próximos meses, sus decisiones de política monetaria, como las de otros bancos centrales, deben medir el impacto que ulteriores subidas de tipos puedan tener sobre el crecimiento, el empleo y los sectores económicos y sociales con altos niveles de endeudamiento. Esperemos que las lecciones de la década pasada nos permitan celebrar con más alegrías que preocupaciones el 30 aniversario del BCE.