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Europa frente a sus contradicciones

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Noviembre 2015 / 30

Refugiados: La llegada de cientos de miles de personas huidas de conflictos como el de Siria pone en evidencia la falta de solidaridad dentro de la Unión.

Refugiados junto a un tren en la estación de Beli Manastir (Croacia), cerca de la frontera con Hungría. FOTO: PARLAMENTO EUROPEO

La crisis abierta por la llegada de centenares de miles de demandantes de asilo confirma el fracaso patente de la política europea sobre el asunto, y obliga a elegir si Europa quiere ser más solidaria y abierta. Desde el punto de vista económico, y pese a los legítimos temores expresados por algunos, este flujo de personas no es en absoluto una carga insuperable, siempre y cuando se rompan las ataduras que frenan la economía de la vieja Europa. 

La crisis está muy relacionada con la política —incorrecta— de los países occidentales en Oriente Próximo o en Libia desde la década pasada. La capacidad de la comunidad internacional para estabilizar los países de salida es, por ello, fundamental, pero no es algo que se pueda conseguir a corto plazo. No podemos, pues, eludir el debate sobre cómo ayudar más a los millones de personas desplazadas por esos conflictos, y especialmente los que acuden a Europa arriesgando su vida en manos de traficantes sin escrúpulos.

La decisión de Angela Merkel de acoger a decenas de miles de migrantes en lugar de devolverlos a Hungría —donde tendrían que haber formalizado, según las normas europeas, su petición de asilo— hizo nacer la esperanza de un cambio de rumbo europeo. Pero la cosa duró poco y se volvió al predominante enfoque de prohibición.

En 1997, el tratado de Amsterdam hizo del asilo una competencia europea. Como consecuencia de ello, el Consejo Europeo decidió en 1999 “trabajar para establecer un régimen de asilo europeo común”, basado en la aplicación íntegra y global de la Convención de Ginebra, que garantiza así que nadie sea devuelto allí donde corre el riesgo de volver a ser perseguido. Sin embargo, los debates se vieron dominados por la preocupación de luchar contra la inmigración irregular y el terrorismo, sobre todo tras los atentados del 11S de 2001. 

En 2008 se inició un nuevo ciclo de negociaciones que desembocaron en ese mismo año en una serie de directivas y reglamentos. “Pero Alemania y Francia rebajaron las propuestas más ambiciosas de la Comisión y del Parlamento Europeo”, recuerda Marie-Laure Basilien-Gainche, profesora de la Universidad Lyon III.

Se han establecido ciertas garantías, pero los Estados siguen pudiendo ingresar a un número significativo de demandantes de asilo en un centro de internamiento. Los Estados tienen ahora seis meses para examinar la demanda de asilo, pero numerosas excepciones pueden prolongar ese plazo hasta veintiún meses. Por otra parte, los países de la Unión no han logrado ponerse de acuerdo para elaborar una lista de “países seguros” cuyos nacionales verían su demanda de asilo considerada a priori como no admisible . 

 

EN BUSCA DE ALTERNATIVAS

El resultado es una Europa del asilo fraccionada, en la que el número de demandantes acogidos, el índice de respuestas positivas y las condiciones de acogida varían considerablemente de un Estado a otro. Los llamados “reglamentos de Dublín” imponen que el país responsable de examinar una demanda de asilo sea aquel por el que el migrante ha entrado en la Unión: “Esta regla es fruto del miedo que algunos países tenían a lo que se denomina asylum shopping; es decir, la presentación de demandas de asilo en más de un país”, explica Basilien-Gainche. “Sin embargo, todos los estudios demuestran que se trata de un fenómeno marginal”, añade. Los migrantes sí se han dado cuenta de que debían evitar presentar una demanda en una Grecia desbordada que, en 2014, sólo otorgó estatus de refugiado al 15% de los demandantes. Y esa regla imposible de mantener voló en pedazos.

Durante mucho tiempo, el “dogma de Dublín” ha sido defendido con firmeza por numerosos Estados, especialmente Francia y Alemania. Su fracaso, ahora patente, no consigue desembocar en una alternativa. A duras penas, y con la oposición persistente de algunos países del Este, se ha aceptado la propuesta de Bruselas de establecer un sistema de cuotas en función de la población de los países de acogida, su riqueza y nivel de paro. 

Paralelamente, Europa quiere acelerar que en los países más expuestos (Grecia o Italia) se establezcan centros que permitan separar a los auténticos demandantes de asilo de los migrantes irregulares. Los primeros se enviarían a otros países de la Unión, donde sería examinada su demanda, y los segundos serían devueltos a sus países de origen. Asimismo, el Consejo Europeo decidió en septiembre pasado dotar de más medios a la agencia Frontex, que vigila las fronteras, y reforzar el programa militar de captura de barcos de traficantes de personas, EUNAFOR Med. 

Mientras, continúan las negociaciones con los países del norte de África para que los demandantes de asilo permanezcan en ellos a la espera de la eventual aceptación de su demanda. Una perspectiva que parece poco realista dada la situación de Libia y puesto que los países limítrofes de Siria (Líbano, Turquía, Jordania) que acogen ya a varios millones de refugiados corren el peligro de desestabilizarse a su vez debido a esa afluencia. La UE se ha comprometido a ayudarlos con 4.000 millones de euros. Falta desembolsarlos.

Las condiciones de acogida varían mucho de un país a otro

Es necesario bajar el puente levadizo por razones humanitarias

A juicio de Ferruccio Pastore, director del Fórum Internacional y Europeo de Investigación sobre las Migraciones (Fieri), una política europea de asilo pasa obligatoriamente por la europeización de la propia decisión de asilo: una nota del think tank Terra Nova propone así el establecimiento de una autoridad común y de un juez europeo del asilo, aunque en una primera etapa sólo se apuntaran a ello un puñado de países. También sería necesario un mayor presupuesto para los países afectados.

“Carecemos de medios” es el argumento más escuchado entre quienes se oponen a la acogida de refugiados. Un crecimiento átono, un alto índice de paro y de deuda pública frenan la solidaridad. Un temor comprensible pero exagerado.

 

ODIOSOS ARGUMENTOS

Los discursos utilitaristas sobre que “la Europa envejecida va a tener necesidad de mano de obra y por ello hay que dejar entrar a estos refugiados” son, sin embargo, odiosos. Por no hablar de los que insisten en que quienes buscan asilo en Europa son sobre todo las élites bien formadas de los países de origen: sería casi una razón para oponerse a que Europa privara de nuevo a esos países de su mano de obra cualificada. 

Si, a pesar de nuestras dificultades económicas, en Europa debemos bajar imperativamente el puente levadizo, es ante todo por razones humanitarias. Como resume con toda razón el historiador Patrick Weil: “La inmigración no es una suerte ni una desgracia, sino una realidad”.

Una familia duerme en un centro de la ACNUR en Šid, (Serbia). FOTO: PARLAMENTO EUROPEO

Aunque las imágenes sean impresionantes, hay que relativizar la importancia de esas migraciones. Europa debería acoger este año del orden de un millón de refugiados, que, comparado con los 511 millones de habitantes de la Unión, significa el 0,2% de su población. Aunque el número subiera a 10 millones, sería sólo equivalente al aumento de la población europea en los siete últimos años o la de EE UU en tres años. 

El temor se basa en la idea de que sería necesario repartir “el pastel” entre la población actual y los refugiados (más paro, salarios más bajos, alquileres más caros). Una visión sin fundamento. Patrick Artus y Evariste Lefeuvre recuerdan cómo el enorme flujo migratorio que recibió España entre 2000 y 2008 (¡más de 600.000 personas por año!), en un momento en el que el paro era inicialmente elevado, tuvo  un impacto positivo sobre la actividad y el empleo.  

Pero es cierto que el aspecto positivo de la inmigración sólo se nota una vez que los refugiados se han instalado. En lo inmediato, su acogida tiene un coste. 

Existe una solución sencilla: el crédito o la creación de moneda. Si la acogida de los migrantes se financia por la vía del endeudamiento, los ingresos y la actividad globales aumentan mientras que los ingresos de la población preexistente no se ven afectados. Cuanto más generoso se es con los refugiados, menor es el dumping social que ejercen sobre las sociedades de acogida. Los precedentes históricos demuestran su ardor a la hora de trabajar, que permite devolver la inversión inicial.  Esa era la lógica del plan Marshall, que permitió a Alemania absorber sin problemas 11 millones de refugiados en la posguerra. ¿Y el dinero? Por ahora, el modo en que el Banco Central Europeo está usando la fábrica de moneda hincha las burbujas especulativas... Un plan Marshall para acoger dignamente a los refugiados puede acabar siendo una buena operación.

 

HISTORIA

La historia se repite

El flujo de migrantes de los últimos meses no es nuevo ni mucho menos:

En enero de 1939, 500.000 republicanos españoles que huían de la dictadura de Franco atravesaron los Pirineos. Desbordada, Francia, el “país de los derechos humanos”, que se enfrentaba a violentos sentimientos xenófobos, les acogió mal. Los hombres, separados de sus familias, fueron amontonados en campos antes de servir de mano de obra de recambio.

En 1945, 11 millones de personas de origen alemán que desde hacía mucho tiempo habitaban en Polonia, Chequia, Hungría e incluso Rumanía, fueron obligados a desplazarse a Alemania (ocho  millones en Alemania del oeste y tres en la del este). En ese momento representaban el 16% de la población. A pesar de un contexto económico muy difícil, esa afluencia masiva no impidió el espectacular “milagro alemán” de la posguerra.

Durante el verano de 1962, tras el fin de la guerra de Argelia, más de 500.000 repatriados franceses desembarcaron en Marsella, Niza, Sète, Burdeos... Fueron recibidos en un ambiente bastante hostil: “Nuevos impuestos en perspectiva”, titulaba un periódico regional. Pero la creación, a partir de 1961, de un secretariado de Estado para los refugiados (que de 1962 a 1964 pasó a ser ministerio) y el establecimiento de tres prestaciones (acogida, instalación, reclasificación), junto con los planes de alojamiento elaborados en cada departamento por los prefectos, permitieron hacer frente a la situación. Es innegable que todo ello tuvo un coste: la ayuda a los repatriados representó el 5% del presupuesto en 1963. Pero pronto, los departamentos que acogieron más refugiados tenían el mismo índice de paro y  niveles salariales que el resto. Francia absorbió sin dificultades persistentes cerca de un millón de nuevos habitantes.

A partir de 1975, 128.000 boat people originarios del sudeste asiático fueron acogidos en territorio francés. A pesar de estar en plena crisis económica y de que se acababa de poner fin a la inmigración laboral, el mundo político e intelectual se unió para recibir dignamente a esos refugiados que huían de las dictaduras comunistas de la ex Indochina, y especialmente de los jemeres rojos de Camboya. 

Finalmente, en la primera mitad de los años noventa, de los tres millones de desplazados como consecuencia de las guerras de la ex Yugoslavia, unos 700.000 hallaron refugio en Europa occidental. Alemania acogió, ella sola, 345.000 refugiados bosnios; Francia sólo acogió a 15.000.